sábado, 11 de noviembre de 2017

DE GUARDIA EL DÍA DE LOS MUERTOS

Concurso de historias del Día de Muertos ZENDA (Noviembre 2017)


El enterrador, encontró los cráneos. Eran las seis de la madrugada y los vio nada más cruzar la verja de entrada al cementerio. No le hizo falta encender la linterna; las velas, repartidas en forma de cruz, hacían que las calaveras parecieran en llamas. Aquella noche alguien había cruzado los ancestrales muros de piedra del cementerio y había perturbado la paz de los muertos.
El atestado de la policía judicial incluía una exhaustiva explicación de los hechos: alguien había allanado el camposanto, profanado varias tumbas, arrancado los cráneos a los esqueletos y los había repartido en cuatro montones, de mayor a menor tamaño, y finalmente había colocado velas a su alrededor formando una cruz. No existía, a priori, relación entre los difuntos. El registro de nichos y panteones les llevó hasta José, el jardinero, encontrado con claros síntomas de embriaguez y dormido en el interior de uno de los panteones profanados.
El día uno de noviembre me llamaron a media mañana del Colegio de Abogados. Tenía que presentarme en comisaría. Asistí al detenido, el jardinero del cementerio, único sospechoso y el último en haber pisado el cementerio el día de la profanación. Le aconsejé que no declarara, lo trasladaron al juzgado de guardia y, tras seguir mi consejo de no declarar, tampoco ante el juez, éste último acordó la inspección ocular y reconstrucción de los hechos.
Nos trasladamos al cementerio, el juez, el secretario, el detenido —custodiado por dos policías— y yo, el abogado en cuestión. Se presumía que José había profanado seis nichos y tres panteones, había arrancado doce cráneos a nueve esqueletizados difuntos y los había repartido en cuatro montones. Las cuentas no salían. Posteriormente colocó cirios a su alrededor y celebró su particular Halloween a base de alcohol de marca blanca del supermercado. Se hizo un croquis de toda la escena, unas cuantas fotografías, una nueva búsqueda, y seguían faltando tres esqueletos.
José no recordaba nada, la tarde anterior a los autos había estado recortando los cipreses; en algún momento sintió un fuerte golpe en la nuca y luego oscuridad. No recordaba haber comprado alcohol ni haberlo ingerido. El informe del médico forense corroboró la lesión, pero no si el estado de embriaguez fue inducido. Nos dejó con la duda y la posibilidad de que José se golpeara al caerse por la borrachera.
José era natural de México, tenía treinta años, mujer y dos hijos. Ningún antecedente penal ni policial. Ningún expediente disciplinario en el Ayuntamiento, lo tenían por un buen empleado municipal —cobraba poco y nunca se quejaba—. El enterrador, nunca lo había visto ebrio.
La inspección ocular reveló una inscripción hecha con la sangre del jardinero en una pared del panteón donde lo encontraron: «Esta casa está bendita porque sí nos dieron comidita».
El juez, a pesar de mi recurso en contra, dictó auto de prisión provisional, al menos hasta que cuadraran cráneos y esqueletos. Sin saberlo, en realidad había firmado su sentencia de muerte. Dos funcionarios de la prisión encontraron a José ahorcado en su celda.
Me consumía el enigma, la curiosidad por descubrir qué había llevado a mi cliente a tan desesperado desenlace y cómo encajaba todo con el ritual del cementerio. Abrí el expediente y, mientras leía, fui dibujando un mapa mental, intentando relacionar los hechos de alguna forma. Nada. Busqué varias veces algunos conceptos en Internet. Nada. Hasta que en lugar de conceptos aislados introduje varios a la vez: cráneos, velas, cementerio… Y, como una revelación, vinieron a mí algunos resultados con algo más de sentido. Cliqué en la Wikipedia: Día de Muertos en México. Y lo comprendí todo. Inmediatamente lo puse en conocimiento del juez.
José no había estado festejando el Día de Muertos, en el que se utilizan cráneos como trofeos para mostrarlos durante los rituales que simbolizan muerte y renacimiento. José había estado intentando acompañar las almas de algunos muertos en el tránsito entre la vida y la muerte. Los cuatro montones de calaveras, no estaban ordenadas de menor a mayor tamaño, sino que estaban ordenadas según los rumbos que la tradición mejicana daba a las almas de los difuntos: los muertos relacionados con el agua, los muertos en combate, los muertos por muerte natural y los niños muertos.
En la investigación se identificaron tres tumbas pertenecientes a difuntos cuya causa de la muerte fue el ahogo, tres pertenecientes a dos policías y un militar muertos en servicio, dos por muerte natural y un bebé. Cómo obtuvo José la información, nunca se supo. Pero seguían quedando tres calaveras sin identificar. La inscripción en el panteón era la rima cantada que repetían los niños al celebrar el Día de Muertos en México. Si les daban caramelos, se bendecía la casa, si no se los daban, se maldecía.
Como sea que, según la tradición, las almas debían transitar durante cuatro años por un camino difícil y tortuoso hasta llegar a su destino, podía facilitarse el camino mediante la colocación de doce cirios. De esta forma demostré al juez que las velas no formaban una cruz sino los cuatro puntos cardinales y que el norte debía apuntar a algún lugar especial para José, donde se hallaban las almas a acompañar. No fue difícil comprobar que el norte apuntaba hacía la casa del jardinero. El juez, sin mucha fe, ordenó visitar su casa, no tanto por mi descubrimiento sino porque aún no habían podido comunicar a la familia la noticia del suicidio.
Era el día dos de noviembre, el que, según la tradición del estado mejicano de Chiapas, las almas se marchaban. La primera llamada al timbre no obtuvo respuesta. Después de tres intentos, los dos policías optaron por forzar la puerta y entrar. Se llevaron una horrible sorpresa, alguien dejó escapar un grito. Descubrieron los cuerpos sin vida de la mujer e hijos de José. Estaban decapitados. En la pared, escrito en sangre, y esta vez no era la de José, rezaba: «Esta casa está embrujada porque no nos dieron nada».

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